Abrir las grandes alamedas
Los casi mil días de gobierno de la Unidad Popular en Chile son recordados como una «fiesta» por quienes los vivieron. Recuperar esa memoria, nos dice Tomás Moulian, sociólogo y testigo de primera mano de aquellos años, «es fundamental para cumplir la profecía de Salvador Allende y abrir, por fin, las grandes alamedas».
- Interview by
- Mia Dragnic
El primer acto masivo para recordar el gobierno de la Unidad Popular y rendir homenaje a las víctimas de la dictadura militar se realizó en Chile el 11 de septiembre de 1989 y reunió a más de cinco mil personas en la tumba sin lápida de Salvador Allende que estaba en Viña del Mar. Esta conmemoración popular sucedía al mismo tiempo en que el dictador Augusto Pinochet celebraba el último año de su dictadura advirtiendo, a través de cadena nacional, que la «lucha contra el marxismo debía seguir».
Desde esta fecha, y cada año, se realiza en Santiago una multitudinaria marcha que transita desde el centro de la ciudad hasta el Cementerio General, lugar en donde se realiza un acto en el memorial de Detenidxs Desaparecidxs y Ejecutadxs Políticxs. En el año 2005 surgió la propuesta de invertir la ruta de esta manifestación: iniciar en el cementerio y terminar en el Palacio de la Moneda.
El deseo detrás de la iniciativa consistía en interrumpir una forma de memoria, a menudo propia de la izquierda, de rasgos mortuorios. Se buscaba demostrar, en una acción concreta, que aquel homenaje al pasado se hacía con la mira puesta en el futuro. Tras la inversión del recorrido se condensaba una idea: la necesidad de elaborar un proyecto político por fuera de los márgenes del pacto que simuló el advenimiento de la justicia y la democracia en 1990.
Hablar con Tomás me hizo recordar aquellos debates y volver a pensar en la necesidad que tenemos de batallar en el campo de las ideologías tanto para mirar el presente como para imaginar el futuro. Volver la vista hacia atrás, pero más allá del duelo, de la melancolía y de la utopía, resulta hoy una tarea indispensable. Porque aún quedan cosas por aprender de la experiencia de nuestra izquierda, de sus victorias y su radicalidad.
Su trabajo ha procurado la lucidez, la crítica y la autonomía que muy pocos de sus colegas han logrado cultivar a lo largo de treinta años de democracia tutelada. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, exdirector de la Escuela de Sociología de la Universidad ARCIS y ex vicerrector de la misma casa de estudios, subdirector y profesor de FLACSO en Chile, militante del MAPU Obrero Campesino durante la Unidad Popular y precandidato a la presidencia de la república por el Partido Comunista, entre sus libros más destacados se encuentran Chile Actual. Anatomía de un mito (1997), El consumo me consume (1999), Socialismo del siglo XXI: La quinta vía (2000), Conversación interrumpida con Allende (1998), La forja de ilusiones: El sistema de partidos, 1932-1973 (1993) y Democracia y Socialismo en Chile (2018).
Tomás Muleto, pseudónimo que utilizó para escribir en tiempos de dictadura, se encuentra preparando el lanzamiento de su próximo libro sobre el gobierno de la Unidad Popular.
Me gustaría saber, para comenzar, cómo viviste tú aquel once de septiembre.
Yo estaba en una casa por el barrio Bustamante junto a Manuel Antonio Garretón, entre otras personas. Teníamos la misión de comunicarnos con el Cardenal Raúl Silva Henríquez, de modo de saber qué estaba pasando en Chile. Era la misión que nos había asignado el partido en el cual militábamos en ese momento, el MAPU, y eso hacíamos: nos comunicábamos con el Cardenal. Estuvimos allí dos días y después cada uno se fue a su casa.
Pero estando allí pudimos ver y sentir los aviones que volaban en dirección a la Moneda. Supimos del bombardeo y, cada cierto tiempo, nos comunicábamos con el Cardenal, quién ya tenía una visión muy pesimista respecto a lo que iba a suceder en Chile. Durante la dictadura, los sectores conservadores de la Iglesia fueron opacados por la figura del Cardenal, quién tomó la decisión, junto a sectores protestantes, ortodoxos y judíos, de crear una institución dedicada a la defensa de los derechos humanos.
Por presiones de Pinochet se vio obligado a eliminarla, pero entonces creó la Vicaría de la Solidaridad, dirigida por el padre Cristián Precht, que se convirtió en el lugar en donde se hacía la vigilancia respecto a lo que sucedía en materia de derechos humanos. El cardenal nombró a una serie de abogados que recibían las denuncias y la Iglesia se puso a la cabeza de esa lucha. La Vicaría salvó a mucha gente.
Las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura eran evidentes. Era imposible no saber lo que estaba sucediendo, como algunos afirman hasta el día de hoy. Era imposible cuando, por ejemplo, apareció en la playa de Los Molles el cadáver de Marta Ugarte, militante comunista que había sido tomada presa por la DINA; o cuando el general Alberto Bachelet muere en la cárcel pública víctima de las torturas que le hacen sus propios compañeros de la Fuerza Aérea.
Pensando en el bombardeo de la Moneda, ¿qué sentido crees que tuvo para quienes lo llevaron adelante?
El bombardeo no tuvo ningún sentido militar, eso es importante. La Moneda estaba vencida frente a los militares de todas las ramas de las Fuerzas Armadas, que se unieron para derrocar al gobierno. No era posible resistir de ninguna manera. Entonces el bombardeo tiene otro sentido: demuestra que los militares estaban dispuestos a todo.
Es un gesto en el que dicen «nosotros somos capaces de hacer esto, y al hacer esto estamos mostrando que somos capaces de hacer cualquier cosa». Y claro, después lo hicieron. Ese bombardeo mostró, simbólicamente, lo que iba a venir después: los apresamientos masivos, los asesinatos, las desapariciones y las torturas de todo tipo. Los cuerpos que los militares echaron al mar, en cierto sentido, también están presentes en ese bombardeo.
¿Y en los momentos previos al golpe? ¿Cómo se articulaba la oposición política al gobierno de la Unidad Popular?
Era brutal, para decirlo en una sola palabra.
Incluso poco después de las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la oposición intentó conseguir los dos tercios de los votos de ambas cámaras para poder dar un golpe constitucional y sacar a Allende del poder. No los consiguió y, al no conseguirlos, pasó a considerar como la única solución posible el golpe de Estado.
Un golpe que se precipita, también, por las propias medidas que toma Allende: fundamentalmente, el reemplazo del General Carlos Prats por Augusto Pinochet. Es Salvador Allende quien nombra a Pinochet, y lo hace porque era a quien correspondía nombrar, según el escalafón, luego de la renuncia de Prats.
Pinochet era, hasta entonces, un constitucionalista, un defensor del gobierno de Allende. Pero a partir de su nombramiento como Comandante en Jefe del Ejército se une a la conspiración que ya venían organizando otros generales, como Lee y Merino, participando de manera decisiva. Un golpe que dura diecisiete años no es cualquier golpe. Y su larga duración transforma la fiesta que había sido la Unidad Popular en una tragedia.
En ese contexto, la crisis por desabastecimiento significó todo un problema para el gobierno de la UP, ¿verdad? ¿Qué la originó?
Esa es una crisis que tiene dos elementos: uno es la subida de sueldos que realiza la Unidad Popular, que genera un aumento de la demanda. Pero ese aumento de la demanda hay que mirarlo en su contexto: fue un aumento de la demanda en un país sin posibilidades de hacer importaciones (porque existe una conspiración internacional que se lo prohíbe o porque no tiene las suficientes divisas para intentar esas importaciones masivas que permitirían satisfacer la demanda que se genera).
Pero, además de esta alza de la demanda debida al aumento salarial, existe un segundo elemento fundamental, que es el acaparamiento. El gobierno intenta hacer frente a esto a través de la JAP (Junta de Abastecimiento y Precios), pero consigue solo remedios parciales. La conspiración era demasiado fuerte y el acaparamiento era decisivo. Es entonces cuando se producen desabastecimientos, se producen las colas, y esas colas hacen mella en el gobierno de la Unidad Popular.
Aquello significaba que las dueñas de casa, los dueños de casa o ambos a la vez, deban pasar parte del día haciendo largas filas para poder comprar los elementos que necesitan para su vida diaria. Eso crea rabia, y la rabia es el componente pasional de la lucha política.
Así se llega al paro de octubre, que duró un mes. Empezó como un paro de contenidos regionales, pero se transformó luego en un paro nacional. Participaron transportistas, camioneros, comerciantes (tanto detallistas como grandes comerciantes), médicos, estudiantes secundarios y universitarios.
Lo interesante es que no formulaban demandas gremiales. Por supuesto, existieron algunas. Pero las principales demandas, las consignas más masivas de ese paro, eran políticas: fue un paro que buscó crear el caos para que el gobierno se vea obligado a renunciar. Pero no lo consiguió.
La Unidad Popular, aunque desunida y fragmentada, logró unificar sus acciones y conseguir que el país funcione pese al paro de octubre. Entonces los camioneros, que son los cabecillas de este movimiento, aunque no lograron lo que deseaban, sí mostraron lo que eran capaces de hacer: se tomaron autorutas, golpearon a los camioneros que estaban trabajando (aquellos a los que la Unidad Popular llamaba «camioneros patrióticos»). Los camioneros demostraron lo que eran capaces de hacer. Y, aunque en ese momento no tuvieron éxito, sí colaboraron para crear las condiciones para el futuro golpe de Estado.
¿Por qué la Unidad Popular había sido una «fiesta»? Quiero decir, ¿a qué se debe la elección de palabras tan particulares para describir a un gobierno?
El gobierno de la Unidad Popular fue una fiesta porque logró mover a la sociedad chilena a través de las medidas que impulsó.
¿Cuáles fueron estas medidas o, al menos, las que más destacaron entre ellas? Bueno, primero, la estatización de la banca. Es un proceso que se da de manera particular, porque se hace a través del mercado: el gobierno compra las acciones de los bancos a un precio significativo, pensado para que los accionistas vendan. Y esos accionistas vendieron, a pesar de las críticas de la Democracia Cristiana y de la derecha.
Así se logra la estatización de la banca, una de las primeras medidas de la Unidad Popular. La segunda es la nacionalización del cobre. Como sabemos, fue aprobada por unanimidad en el parlamento. Todo el mundo estuvo de acuerdo con nacionalizar el cobre. En tercer lugar podríamos mencionar la creación del Área de Propiedad Social, que empieza con las empresas textiles.
Pero, sobre todo, lo que destaca es la organización de nuevos focos de participación social como los comandos comunales, instancias de participación popular a nivel municipal que favorecieron la participación territorial de las bases y posibilitaron que la clase trabajadora tome la palabra. O también los cordones industriales, que persiguieron el mismo objetivo pero en las industrias, principalmente aquellas que habían sido expropiadas o intervenidas.
Entonces, es una fiesta porque incentiva a la ciudadanía a participar en las decisiones del gobierno. Fue la puesta en práctica, durante esos casi mil días de gobierno socialista, de un camino democrático, pluralista y pacífico para Chile, con decisiones y logros que representaron cambios verdaderos. Y eso era una fiesta. Una fiesta con grandes acontecimientos, como los discursos de Salvador Allende del 1º y el 21 de mayo de 1971, o el triunfo en las elecciones municipales de ese mismo año, obteniendo el 52,51% de los votos en la circunscripción en donde el presidente había sido senador.
¿Crees que la tragedia del golpe nos ha hecho olvidar la experiencia de la Unidad Popular?
Es que el golpe fue realmente una gran tragedia, y las tragedias cobran su precio. Entonces un gobierno que termina en algo así… Ese final lo borra todo, incluyendo su desarrollo, que es lo más importante. Porque, realmente, ¿qué se recuerda de Allende? Su suicidio — o el día de su suicidio—, su discurso en horas de la mañana, en el que habló de las grandes alamedas por las cuales transitará el hombre nuevo y su anuncio de que solo muerto abandonará el Palacio de la Moneda.
Eso es lo que se recuerda. Pero poco se sabe y poco se recuerda el trabajo que hizo la Unidad Popular y todos los logros que obtuvo. Esto es lamentable, porque fue el gobierno más democrático que ha tenido la historia de Chile.
¿Los gobiernos de la Concertación fueron partícipes en el mantenimiento de ese olvido a lo largo de estos treinta años de postdictadura?
Sí, participaron sin duda también en eso. Empezando por el gobierno de Patricia Aylwin [del Partido Demócrata Cristiano], que hizo suyo el slogan «en la medida de lo posible». Salvador Allende era todo lo contrario a esta idea: él representaba el esfuerzo máximo de transformar la sociedad chilena, de crear una vía chilena al socialismo, eso que él mismo llamó «la revolución de las empanadas y el vino tinto». Eso se ha olvidado porque ha faltado interés político para recordarlo.
Queda, entonces, solo el día del golpe; quedan las risas de Pinochet cuando propone subir a Allende arriba de un avión para que el avión se caiga… no hay que olvidarse, tampoco, de esas brutalidades. Se ha olvidado todo lo que hizo la Unidad Popular. Necesitamos recordarlo.
¿Cómo describirías a Salvador Allende?
Allende fue, en primer lugar, un héroe cívico. Es decir, alguien que dio la vida por sus ideas. Pero también fue un gran estadista. Fue una persona que se presentó como candidato presidencial en cuatro ocasiones, que fue presidente del Senado, que fue senador.
Toda la política de la izquierda, desde 1952, giró en torno suyo. Y siguió haciéndolo hasta el momento en que Allende decidió suicidarse. Hay tres grandes suicidas en la historia de Chile: Balmaceda, Recabarren y Allende. Y uno podría decir que hay también un cuarto, que es realmente el primero: Arturo Prat que, en el acto de saltar de la Esmeralda al Huáscar condensa el gesto de entregar su vida.
A propósito de las elecciones de 1952, en otra ocasión has dicho que más que una derrota de la candidatura de Salvador Allende, significaron una derrota para la derecha chilena. ¿Por qué?
Puede decirse que fueron las dos cosas. Porque la derecha, en 1952, llevaba como candidato a Arturo Matte, lo que indicaba que, por primera vez, elegía a un empresario para que la represente políticamente. ¿Quién era Arturo Matte? Era miembro de la familia Alessandri, una familia dinástica de la derecha (Arturo Alessandri Palma padre fue dos veces presidente). Fernando Alessandri fue candidato en 1936 contra Gabriel González Videla y contra Eduardo Cruz Coque.
Después, al final del gobierno de Videla, entre 1948 y 1950, Jorge Alessandri fue nombrado Ministro de Hacienda y dirigió, desde allí, la liberalización de la política chilena. En las elecciones de 1952, Carlos Ibáñez barre. Obtiene cerca de un 48% de los votos. Arturo Matte, que se creía iba a sacar un 40%, no alcanza el 20%. Fue una derrota dura para el candidato de derecha.
¿Y por el lado de la izquierda? ¿Cómo caracterizarías a la izquierda de ese entonces, pensando que no faltaba tanto tiempo para que logre llevar al poder, por vía electoral, a un presidente marxista?
Bueno, la izquierda de los setenta era una izquierda que desde 1952 disputaba elecciones presidenciales, intentando ganarlas. Allende se presenta cuatro veces: primero en el año 1952, luego también en las elecciones de 1958 (en las que está a punto de ganar pero pierde, por muy pocos votos, frente a Jorge Alessandri). Es propuesto como candidato nuevamente en 1964, cuando pierde con Eduardo Frei Montalva, que gana apoyado por la derecha.
Y gana, finalmente, en 1970, aunque por muy poco: obtiene un 36,3% de los votos contra el 34,9% de Alessandri. Por poquito, pero gana. Luego de esa victoria tan ajustada empiezan varias negociaciones para que el Congreso Pleno decida entre las dos primeras candidaturas (Allende y Alessandri). Y después de mucho deliberar el Congreso se inclina por Allende.
¿Piensas que el gobierno previo, de Frei Montalva, desempeñó algún papel significativo para el triunfo posterior de la Unidad Popular?
El mandato de Frei Montalva fue un gobierno de reformas que antecede — y podemos decir, también, que anticipa — el período de Salvador Allende. ¿Por qué un gobierno de reformas? En 1967 aprueba una nueva ley de Reforma Agraria, logrando importantes avances en la materia. También aprueba una ley de sindicalización campesina que resulta tan importante como la anterior, porque permite que en todos los fundos o haciendas existentes los trabajadores agrícolas puedan formar sindicatos, cuestión que hasta aquel momento estaba prohibida.
Entonces, en política agraria, este es un gobierno de reformas. También lo es en el ámbito educacional. Aumenta de seis a ocho años la educación primaria obligatoria y, además, impulsa políticas de reforma en los sectores poblacionales y crea una institución, la Consejería Nacional de Promoción Popular, encargada del tema del trabajo en las «poblaciones callampa», como se llamaban en ese entonces.
Es un gobierno de reformas y también de otras políticas. Una, particularmente muy cuestionada por la izquierda, fue la chilenización del cobre. Consistió en que el gobierno de Chile comprara (a dueños estadounidenses) una parte de la propiedad de las minas de cobre. Fue una cuestión fue muy criticada por la izquierda que señalaba que, para los propietarios de las minas, se trataba de un muy buen negocio.
De todos modos, como decía al principio, fue un gobierno de reformas que anticipó al de la Unidad Popular. Fue, en parte, gracias a la base que significó este conjunto de medidas, que la Unidad Popular tuvo la posibilidad de ir más allá. Y lo hizo. El de Allende fue un gobierno que avanzó mucho más allá que el de Frei Montalva, pero no hay que desvalorizar ese aporte previo.
¿Cómo surgió la Unidad Popular? Siendo una coalición amplia, ¿contaba con diferencias importantes a su interior?
La Unidad Popular fue una colación que sucedió al Frente de Acción Popular. El FRAP era una alianza de izquierda integrada por el Partido Socialista (primero en sus dos instancias y después de manera unificada) y el Partido Comunista, creada en el año 1956. Esa alianza duró hasta 1969, cuando se fundó la Unidad Popular.
La UP implicaba una articulación más amplia, porque incorporaba dos nuevas fuerzas: el Partido Radical y el MAPU. El Partido Radical era una incorporación importante: una organización de centro que había girado a la izquierda y que representaría una fuerza significativa para la UP.
Y con respecto a las diferencias internas, podría decirse que existían dos tendencias. Una, la tendencia moderada, encabezada por Salvador Allende e integrada por el Partido Comunista, el Partido Radical, una parte del MAPU, y dirigida por Jaime Gazmuri. La otra, una corriente radicalizada, a cuya cabeza estaba Carlos Altamirano, la Izquierda Cristiana y otra parte del MAPU, dirigida por Oscar Guillermo Garretón. Esta última estaba interesada en ir más allá del programa de la Unidad Popular, mientras que la tendencia moderada consideraba que había que ceñirse a ejecutar de la mejor manera el programa ya existente.
El sector más radicalizado miraba con suspicacia la posibilidad de llegar a acuerdos entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana, un esfuerzo que Allende acompañó, porque estaba convencido de que había que ampliar el bloque, convocando a más sectores a la política de transformaciones por vía pacífica e institucional.
¿Y respecto a la participación política de las mujeres durante el gobierno de Allende? ¿Qué aspectos se podrían destacar, o cómo crees que se la puede pensar?
La participación de las mujeres en el gobierno de Salvador Allende se puede analizar a partir de Marta Harnecker y de Beatriz Allende. Marta se había hecho conocida como traductora del filósofo marxista francés Louis Althusser y por la publicación de su libro Los conceptos elementales del materialismo histórico (1969). Además, entre 1970 y 1973 había dirigido la revista Chile hoy. Fue la responsable, por ejemplo, de la difusión del pensamiento de los militares progresistas peruanos, especialmente de aquellos que se encargaban de la movilización social.
Además trabajó en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile, en el centro llamado CESO, donde participó en las polémicas sobre la teoría de la dependencia. Y Beatriz Allende, por otro lado, era la hija más cercana del presidente. Durante su gobierno se convirtió en una de sus asesoras más cercanas. Lo ayudó, por ejemplo, en sus complejas relaciones con el MIR.
De todas formas, el tema de la participación de las mujeres no tenía en ese entonces la significación que tiene hoy día. Ello explica por qué, en un gobierno que era muy avanzado, no hubiera ninguna ministra mujer. Aunque Allende intentó crear un Ministerio de la Mujer, el proyecto no llegó a concretarse debido a discrepancias internas. En vez del Ministerio creó, entonces, la Secretaría de la Mujer, que en 1971 elaboró un nuevo Estatuto de la Familia. Apoyó, además, la participación política de las mujeres, especialmente en las empresas textiles (que contaban con muchas trabajadoras mujeres) y en las Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP), donde parte significativa de la dirigencia era femenina.
Me gustaría plantearte tres preguntas más, un poco más puntuales. La primera es cómo fue la visita de Fidel.
Fidel Castro visitó el Chile de la Unidad Popular, estuvo cerca de un mes aquí. Y lo más relevante, en mi opinión, fue su postura acerca de la vía chilena al socialismo: siempre estuvo a favor de ella y la respetó. Expresó que era el camino que a él le parecía que debía recorrer la revolución chilena. Porque Chile era un país democrático, decía, y entonces era el tránsito pacífico e institucional la forma de llegar al socialismo aquí.
Fidel Castro no adoptó, para nada, un tono maximalista. Todo lo contrario. Se mostró como alguien que apoyaba las tesis de Salvador Allende. Durante su estadía se hicieron dos grandes concentraciones, una en el Estadio Santa Laura y otra en el Estadio Nacional. Es que Fidel llenaba estadios.
La segunda pregunta es a propósito de la creación, por parte del gobierno de Salvador Allende, de la Editorial Quimantú. ¿Qué significado le otorgas a esa iniciativa?
Creo que la calificaría como uno de los principales logros del gobierno. La creación de la editorial Quimantú surgió porque el gobierno compró todos los activos de la editorial Zigzag, transformándola en Quimantú. Y es importante porque pone en la calle los libros que ya existían, además de producir muchos otros nuevos y también hacerlos circular (empiezan a venderse en los quioscos, por ejemplo). La editorial publica los clásicos de la literatura universal y de la literatura chilena. Mark Twain, Flaubert, Stendhal, Maupassant… todos esos autores comienzan a circular por los quioscos, y los quiosqueros se dan cuenta de que allí hay un potencial de venta.
Y eso significa que ciudadanos comunes, obreros, empleados, empiezan a leer textos de literatura. Esto es sumamente potente. Es una de las principales ganancias, uno de los principales logros por los que, también, puede hablarse del gobierno de la Unidad Popular como una fiesta.
¿Y respecto al proyecto de educación de la Escuela Nacional Unificada? ¿En qué consistió?
La Escuela Nacional Unificada (ENU) fue un gran esfuerzo por mejorar el funcionamiento del sistema educativo, por democratización de la educación chilena. Esta propuesta había sido discutida con anterioridad con los sectores de la Democracia Cristiana.
Sin embargo, cuando el gobierno la postula, estos se alzan en su contra. A través de ella se buscaba reformar la educación, estableciendo un sistema único que no discriminara a los sectores de la población con menores ingresos y que ofreciera mayores posibilidades de ingreso a la universidad. Pero en abril de 1973 se le opusieron, primero, sectores de la Iglesia Católica y, luego, sectores de las Fuerzas Armadas, de la Marina. El gobierno de Salvador Allende se vio forzado a retirar el proyecto de la ENU, decisión que trajo aparejados desacuerdos al interior de la Unidad Popular, en especial con los sectores más radicalizados y con el MIR.
Ahora sí, para terminar, y pensando en las lecciones, en los aprendizajes que las generaciones más jóvenes, que hoy están haciendo política, pueden extraer de aquella experiencia, ¿cuáles te parecen las más importantes?
Diría que la enseñanza fundamental que deja la experiencia de la Unidad Popular es el intento de transformar realmente la sociedad chilena, y hacerlo por la vía pacífica y la vía institucional. El interés de realizar un esfuerzo original, casi único en el mundo.
Aunque, a fin de cuentas, fracasó, logró poner en tensión a la sociedad chilena. Fue un esfuerzo transformador que buscó, por medio de la participación de las mayorías, del involucramiento de los trabajadores y las trabajadoras, llevar adelante cambios importantes. El gobierno de la Unidad Popular logró muchas cosas, y recordarlas y conocerlas es fundamental para cumplir la profecía de Salvador Allende y abrir, por fin, las grandes alamedas.